Estrategias de Enseñanza y de Aprendizaje/Carles Monereo
Carles Monereo (coord.), Montserrat Castelló, Mercè Clariana, Montserrat Palma, Maria L. Pérez.
Editorial Graó. Barcelona, 1999.
Las estrategias de aprendizaje: ¿Qué son? ¿Cómo se enmarcan en el
currículum?
En este primer capítulo nos proponemos diferenciar, por una parte, entre las nociones de
método, técnica y otros procedimientos curriculares relacionados con el concepto de estrategia
de aprendizaje; por otra parte, pretendemos clarificar qué son las estrategias de aprendizaje y
cuándo y cómo pueden enseñarse para completar su auténtico objetivo: a dar al alumno a
aprender de forma significativa y autónoma los diferentes contenidos curriculares.
Después de establecer cuál debería ser el lugar y la función de las estrategias en el
currículum escolar, nos plantearemos algunos interrogantes que habitualmente están presentes
en la práctica pedagógica cuando nos referimos a la posibilidad o la necesidad de enseñar
estrategias de aprendizaje.
Éste es, desde nuestro punto de vista, un capítulo introductorio que debería ayudamos a
compartir significados y establecer el marco general a partir del cual se han de llevar a cabo las
sucesivas concreciones que la actuación educativa conlleva, aspecto del que nos ocuparemos en
capítulos posteriores.
De las técnicas de estudio a las estrategias de aprendizaje. (¿Enseñamos técnicas o
estrategias?)
Para conseguir nuestro propósito puede ser útil iniciar nuestra exposición con la descripción
de algunas maneras diferentes de aprender (y, evidentemente, de enseñar) basadas en un mismo
contenido. Sugerimos, pues, al lector, que nos acompañe para observar la actividad desarrollada
en tres aulas de diferentes centros de Primaria. Supongamos que en estas aulas (probablemente
de ciclo medio) se está desarrollando una unidad didáctica relativa a la representación del entomo
mediante la realización de planos.
En la primera de dichas aulas, el profesor pretende que los alumnos realicen el plano de su
clase; para ello, primero les enseña cómo puede hacerse un plano parecido: el del patio de
recreo. Delante de los alumnos dibuja un rectángulo (ésta es la forma del patio) y explica que
utilizará unos símbolos para representar todos sus elementos. Después de situar los símbolos en
su .lugar sugiere a sus alumnos que ellos hagan el plano de su clase de la misma manera. Se
trata -les dice- de que hagáis la mismo que he hecho yo, pero con la clase.
Vamos a realizar el plano de nuestra clase.
Recordad todo lo que acabo de hacer, y no
olvidéis que ¡hay que utilizar los símbolos apropiados!- A continuación, apunta en la pizarra los
símbolos que representan las ventanas, mesas, sillas, armarios y demás materiales del aula, y
reparte a sus alumnos unas hojas cuadriculadas en las que ellos realizan su plano.
En la segunda de las aulas, nos encontramos con una profesora que pretende que sus
alumnos aprendan a realizar el plano de su clase teniendo en cuenta la necesidad de representar
simbólicamente los diferentes elementos de éste y considerando las proporciones del plano.
Antes de empezar sugiere a sus alumnos que hagan un listado de todos los elementos que debe
contener el plano.
“Vamos a hacer el plano de la clase; primero anotaremos todos los elementos
que debemos incluir en este plano”.
Una vez completado este listado, se discute entre toda la clase cómo deben representarse
estos elementos; la profesora especifica los criterios que hay que tener en cuenta: “Los símbolos
deben ser simples, representativos y de fácil interpretación”. Durante diez o doce minutos los
alumnos piensan posibles símbolos que cumplan los criterios comentados para representar los
elementos que debe contener el plano. Se presentan las diferentes propuestas y, después de
5
analizar su pertinencia con cada uno de los tres criterios que debían respetar, se escogen los
símbolos que parecen más adecuados.
También hay que pensar en cómo calcular las medidas de nuestro plano- comenta a
continuación la profesora. Para facilitar esta cuestión y respetar la proporción con las medidas
reales, les propone entonces la posibilidad de utilizar dos procedimientos diferentes:
Podemos medir la clase y sus elementos en palmos y después, en el papel, cada palmo será
un centímetro de nuestra regla-; y, para asegurarse de que entienden cómo hacerlo, ella misma
les pone un ejemplo de cómo utilizar este procedimiento dibujando y midiendo una ventana en
la pizarra.
Otra manera de hacerlo puede consistir en imaginar unas medidas para la clase y para los
elementos que hay en ella y poner en el plano estas medidas-. Y añade: “¡Pero debéis tener
cuidado, no vale cualquier medida que imaginéis! Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que
una ventana de nuestra clase es más pequeña que la pizarra y que el armario debe resultar mayor
que las mesas. ¿De acuerdo?”
A continuación proporciona una nueva explicación del ejemplo, ilustrando cómo deben
respetarse estas proporciones, y dibuja en la pizarra dos mesas: una del mismo tamaño que el
armario y otra mucho más pequeña. “Ahora ya podéis hacer el plano de nuestra clase”, sugiere
finalmente la profesora.
Para realizar su plano, los alumnos escogen el procedimiento que les parece más adecuado y
utilizan los símbolos que ya se han discutido anteriormente.
Cuando todos los alumnos han
acabado el trabajo, se comparan los diferentes planos, analizando si uno de los dos
procedimientos de medida es más adecuado que el otro y por qué.
A continuación, exponemos el tercer caso. El profesor también quiere que sus alumnos
realicen el plano de la clase, pero además pretende que analicen cuáles son las variables que hay
que tener en cuenta a la hora de realizarlo y decidan, después de un espacio de reflexión, cuál es
la mejor forma de realizar dicho plano y por qué. Para conseguirlo, antes de empezar la
actividad, facilita a sus alumnos algunos ejemplos de planos diferentes: un plano de un
comedor, a color, extraído de una revista de decoración, en el que se detallan todos los muebles
y elementos decorativos; un plano de una vivienda realizado por un arquitecto, en blanco y
negro, con abundantes símbolos, hecho a escala; y por último, el plano de un aula dibujado por
un alumno de su misma edad, el año anterior.
«Vamos a fijarnos en estos tres planos», les pide. «Quiero que penséis para qué sirve cada
uno de ellos, cuál es su finalidad.».
Una vez acordada la finalidad, el objetivo que persigue cada uno de los diferentes planos, el
profesor sugiere a sus alumnos que analicen en qué aspectos se parecen y en cuáles son
diferentes. Cada aspecto comentado no sólo es anotado, sino que es analizado en relación a la
finalidad del plano, tal como se aprecia en las reflexiones siguientes que el profesor introduce en
la discusión.
«Sí, tenéis razón. En el comedor los objetos están dibujados y no se representan con
símbolos como en el plano de la vivienda. ¿Por qué os parece que es así? ¿Qué pasaría si se
hubieran utilizado símbolos y además en blanco y negro? ¿Para qué sirve este plano? ¿Cuál
pensáis que es su finalidad? ¿Tienen alguna relación los dibujos utilizados con esta finalidad?
Este tipo de reflexiones se hacen extensivas a aquellos aspectos que el profesor considera
que sus alumnos deben aprender en el proceso de realización de un plano, como la necesidad de
escoger una forma de representar los diferentes elementos, los criterios a que deben atenerse
estas representaciones y la necesidad de mantener las proporciones entre las medidas del plano y
las medidas reales.
Después, se sugiere a los alumnos cómo pueden tener presentes estas variables para realizar
el plano de su clase correctamente.
«Vamos a hacer el plano de nuestra clase para explicar después a nuestros padres dónde
estamos sentados y cómo hemos organizado el aula. Lo haremos por parejas. Antes de empezar
recordad que debéis poneros de acuerdo en un conjunto de aspectos. Pensad en cuál es la
finalidad del plano que vamos a hacer, para qué debe servirnos.
También debéis analizar qué
hay que saber y qué hay que saber hacer, si habéis entendido como medir los elementos, si
sabéis cómo dibujarlo, si habéis hecho planos en alguna otra ocasión, etcétera.
6
Los alumnos deciden cómo realizar la tarea teniendo en cuenta las reflexiones anteriores;
escriben cuál es la finalidad de su plano, los conocimientos que tienen para hacerlo, es decir, lo
que creen que saben y lo que necesitan aprender para dibujarlo. Una vez que todas las parejas
han terminado el trabajo se intercambian sus planos y otros compañeros valoran si es claro,
informativo y si consigue su objetivo.
Si nos detenemos a analizar más detalladamente estos tres ejemplos, podremos evidenciar,
seguramente sin demasiada dificultad, algunas diferencias sustanciales en el tipo de aprendizaje
que promueven.
En la primera de nuestras aulas los alumnos aprenden a realizar el plano de su
clase utilizando los mismos procedimientos que su profesor. Difícilmente podrían realizar, sin
ayuda, un plano más complejo con una finalidad distinta (distribuir los muebles y las piezas de
decoración en un salón); además, no han aprendido cómo y por qué utilizar unos determinados
símbolos y no otros, o qué procedimientos utilizar para hacer el plano a escala, conservando las
proporciones de las medidas reales. Su actividad se limita a copiar aquello que su profesor ha
hecho para realizar el plano del patio de juegos. Por otra parte, conviene no olvidar que ésta es
la tarea que el profesor les pide y es a través de este ejercicio de copia como pueden realizarla,
más o menos correctamente.
Los alumnos de nuestro segundo ejemplo aprenden, en cambio, cómo algunas técnicas y
procedimientos sirven para realizar un buen plano, cuál es su utilidad en dicha tarea;
correctamente, la profesora pretende enseñar una manera de representar simbólicamente los
elementos que debe contener el plano de la clase, así como dos procedimientos diferentes para
calcular sus medidas. En la tarea se aplican estos procedimientos y, además, se analiza cuál es
más útil para realizar un plano más correcto.
En el tercer caso que hemos expuesto, los alumnos, además de analizar y aprender a utilizar
las técnicas y procedimientos que les permiten realizar la tarea correctamente, pueden aprender
también a planificar su actuación en función de algunas de las variables relevantes a la hora de
realizar un plano. Así, antes de empezar, tienen en cuenta cuál es el objetivo o la finalidad del
plano para luego, consecuentemente, decidir cuáles son los símbolos más adecuados.
De manera
similar a este análisis de la tarea que hay que realizar, también se propone a los alumnos que
reflexionen sobre sus posibilidades de llevarla a cabo, recordando aquello que conocen sobre el
tema o buscando la información que consideren necesaria. Por último, los alumnos también
aprenden a valorar el proceso seguido y a considerar sus decisiones como hipótesis de trabajo
que pueden ser sometidas a revisión a partir de la valoración que supone comparar el resultado
obtenido (el plano) con los propios objetivos, y cotejarlo con los resultados a los que otros
alumnos han llegado.
En los tres casos los alumnos realizan un plano; parece, pues, correcto afirmar que el
producto formal de su aprendizaje, entendido como resultado observable o tarea realizada, es el
mismo. Pero el proceso seguido en cada caso para conseguirlo es muy distinto, y las principales
diferencias estriban, en último término, en el tipo de aprendizaje promovido y en la calidad de
este aprendizaje. Algunos de estos alumnos (los del segundo ejemplo) aprenden cómo utilizar
algunas técnicas sencillas, pero útiles, en la realización de planos, diferenciándolas de otras
menos útiles, mientras que otros (los de nuestro tercer ejemplo) aprenden, además, a planificar,
controlar y valorar su actuación, intentando utilizar de forma reflexiva las técnicas y los
procedimientos aprendidos.
Por otra parte, a partir de este primer análisis, no es difícil aventurar
cómo afrontarían, probablemente, tareas de aprendizaje similares en otras situaciones algunos
alumnos pertenecientes a cada una de las tres aulas. Así, en una hipotética situación posterior,
en la que nuestros profesores pidieran a sus alumnos que realizasen un mapa turístico de su
ciudad o de su lugar de residencia como trabajo independiente, teniendo en cuenta lo que habían
aprendido al hacer el plano de la clase, los alumnos de la primera de nuestras aulas seguramente
repetirían los pasos que siguieron en la realización de dicho plano o buscarían un mapa de su
ciudad en algún libro y se limitarían a copiarlo; de hecho, como ya hemos comentado, éste es el
procedimiento que el profesor les sugirió y enseñó para realizar el plano de su clase.
Han
aprendido que para hacer esa tarea se puede copiar de alguna fuente útil y similar. Es probable
que ello no les sirva para utilizar los símbolos adecuados en un mapa turístico y que olviden, si
el profesor no interviene, el objetivo de este tipo de mapas, conocimiento que les permitiría
representarlos de manera más adecuada.
7
Algunos de los alumnos que en nuestro segundo ejemplo aprendían qué procedimientos eran
adecuados para realizar un plano, muy posiblemente podrán utilizar estos procedimientos en la
realización del mapa; así, es probable que recuerden que deben inventar unos símbolos para
representar los elementos turísticos que quieren destacar, y que deben utilizar algún
procedimiento útil y conocido para respetar las distancias reales. Puesto que su profesora les
enseñó estos procedimientos y los criterios que había que tener en cuenta para utilizarlos, están
en disposición de aplicar estos criterios a la hora de realizar una tarea diferente como es el
mapa. Podría ser, sin embargo, que alguno de los procedimientos que conocen fuera poco útil en
el caso de un mapa turístico y no fueran capaces de conseguir la finalidad que se pretende con
este tipo de mapas.
Por último, aquellos alumnos que en nuestro tercer ejemplo aprendían a planificar su trabajo
atendiendo a algunas de las cuestiones más importantes en la realización de la tarea, es posible
que ahora, ante la perspectiva de realizar un mapa turístico, puedan analizar cuál debe ser la
finalidad de este mapa y tomar sus decisiones respecto a la mejor manera de realizarlo; esto
supone que, en alguna medida, estos alumnos están aprendiendo a analizar, antes de empezar
una tarea, qué saben y qué desconocen de ella, cuáles son sus características y su finalidad, y
podrán justificar adecuadamente sus decisiones sobre los procedimientos que deben utilizar en
función de las reflexiones precedentes.
Evidentemente, éste es un proceso complejo, que en
ningún caso puede considerarse, como ocurre en la mayoría de situaciones de enseñanza y aprendizaje,
una cuestión de todo o nada; tampoco es probable que situaciones como las que
hemos ejemplificado sean las responsables directas y únicas de estos aprendizajes que estamos
comentando. Seguramente es más oportuno considerar que en las aulas que hemos visitado se
trabaja regularmente con actividades parecidas; es decir, que en otras situaciones los profesores
se plantean objetivos paralelos a los que hemos analizado, la que va configurando una manera
de enseñar de estos profesores y una manera, también, de aprender de sus alumnos (de esta
cuestión nos ocuparemos detalladamente
en el capítulo 2). Estas diferencias en el tipo de
aprendizaje que realizan los alumnos son debidas, fundamentalmente, a las intenciones que
explícita o implícitamente guían la actuación del profesor en cualquier situación de enseñanza y aprendizaje.
Mientras que el primero de nuestros profesores estaba preocupado únicamente por
garantizar que los estudiantes realizaran el plano, la profesora de nuestro segundo ejemplo
pretendía también que sus alumnos conocieran los procedimientos útiles en la realización de
planos y aprendieran a utilizarlos para realizar el plano de su clase. Los objetivos del tercer
profesor eran, desde luego, diferentes y bastante más ambiciosos; este profesor tenía como
objetivo explícito que sus alumnos analizaran las características de la realización de cualquier
plano, a partir de la tarea concreta de' hacer el plano del aula, y aprendieran a tomar sus
decisiones en función de dicho análisis.
De lo que acabamos de decir se desprende que los objetivos que, en definitiva, persiguen
nuestros profesores son, en el primer caso, enseñar a sus alumnos a seguir las instrucciones al
pie de la letra; en el segundo caso, conocer y utilizar de forma adecuada los procedimientos
curriculares específicos de la tarea en cuestión; y en el tercer ejemplo, utilizar los
procedimientos necesarios para resolver la tarea, reflexionando sobre qué hay que hacer, cómo
hay que hacerlo y por qué, antes, durante y una vez terminado el trabajo. Los dos últimos
objetivos, especialmente el tercero, comportan el que los alumnos aprendan estrategias para
mejorar su aprendizaje y gestionarlo de forma autónoma y eficaz.
Para ello, se diseñaron una serie de actividades específicamente destinadas a promover dicho
aprendizaje. Tales actividades suelen mover ala reflexión sobre cómo se realiza el aprendizaje y
no Únicamente sobre los resultados que se obtienen. (¿Por qué este problema no puede
resolverse de otra forma? O, por ejemplo, «¿Cómo os parece que podría proseguir la lectura?).
Y por otra parte, inciden también en la evaluación que el profesor propone sobre el trabajo
realizado (Me interesa saber cómo la habéis hecho y por qué., o bien: Después de acabar este
trabajo quiero que me digáis qué tipo de planos no podríais hacer y por qué razones.).
De todas formas, no hay que olvidar que cualquier ejemplificación utilizada para analizar un
aspecto concreto del proceso de enseñanza-aprendizaje debe ser tomada con prudencia, puesto
que necesariamente nos obliga, por lo pronto, a dejar fuera de este análisis otras cuestiones
también muy importantes de dicho proceso y que tienen un peso innegable en el tipo de
8
aprendizaje que el alumno realiza. Cuestiones como las diferencias individuales, la interacción
entre el profesor y cada uno de sus alumnos o entre los diferentes grupos de trabajo, el
conocimiento y las características de los contenidos conceptuales, procedimentales o
actitudinales en cada tarea concreta, o incluso los contenidos priorizados por un profesor, son
absolutamente decisivas, no sólo en el tipo de aprendizaje que el alumno realiza, sino también
en la actitud y la motivación de este alumno hacia la actividad escolar. Nosotros, sin negar ni
querer minimizar la contribución de dichos aspectos, hemos centrado nuestro interés en mostrar
cómo el uso reflexivo de los procedimientos que se utilizan para realizar una determinada tarea
supone la utilización de estrategias de aprendizaje, mientras que la mera comprensión y
utilización (o aplicación) de los procedimientos se acerca más al aprendizaje de las llamadas
.técnicas de estudio...
Entendemos que ésta es una afirmación que puede hacerse extensiva a la
mayoría de situaciones de enseñanza-aprendizaje, sean cuales sean los parámetros concretos que
las definan.
Utilizar una estrategia, pues, supone algo más que el conocimiento y la utilización de
técnicas o procedimientos en la resolución de una tarea determinada. En los apartados siguientes
nos ocuparemos de precisar a qué nos referimos cuando estamos hablando de estrategias y cómo
enseñar y aprender estas estrategias. De momento, nos interesa sólo precisar que las diferencias
cualitativas en los objetivos del profesor y en la manera de realizar las actividades que se
observan en los tres ejemplos presentados ilustran diferencias importantes en aquello que los
alumnos aprenden y en cómo lo aprenden, diferencias directamente relacionadas con la
utilización de estrategias de aprendizaje por parte de los alumnos.
A menudo, sin embargo, hemos asistido a una cierta confusión sobre qué enseñamos:
técnicas de estudio, procedimientos de aprendizaje, habilidades cognitivas, estrategias, etc.; y,
aún hoy, es infrecuente observar como estos términos son usados indistintamente, a pesar de
responder a realidades y, sobre todo, a concepciones sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje
muy distintas. En el apartado siguiente nos proponemos clarificar, en la medida de lo posible,
estos conceptos.
Nociones relacionadas con el concepto de estrategia: habilidades, procedimientos, técnicas,
métodos, algoritmos y heurísticos.
Una rápida ojeada a la bibliografía reciente sobre temas educativos en nuestro país basta para
darse cuenta de la confusión terminológica que supone, en determinadas ocasiones, la
utilización de términos distintos en calidad de sinónimos, o bien la atribución de diferentes
significados a un mismo término según los autores o la perspectiva teórica adoptada. No es,
pues, infrecuente encontrar trabajos de divulgación, ejemplos de programaciones e incluso
investigaciones en que las nociones de técnica, procedimiento, método, estrategia o habilidad
son usadas de forma confusa o, en el mejor de los casos, indiferenciada.
Para no contribuir a la confusión terminológica citada y con la intención de aclarar nuestro
punto de vista alrededor de estos conceptos, vamos a intentar, aunque sea muy brevemente,
analizar sus acepciones y explicar el significado que otorgamos a cada uno de ellos, significado
con el que van a ser utilizados en este libro. No pretendemos, sin embargo, estudiar cada
término aisladamente, sino que nos interesa dejar constancia de las relaciones que se establecen
entre ellos, aspecto que puede ayudarnos a comprender la situación de las estrategias de
aprendizaje en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Partiendo del concepto más amplio y genérico que corresponde a las habilidades, es
frecuente que el término se confunda con el de “capacidades” y, por supuesto, con el de
“estrategias”. En relación al primer binomio, capacidad-habilidad, hablamos de capacidades
cuando nos referimos a un conjunto de disposiciones de tipo gen ético que, una vez
desarrolladas a través de la experiencia que produce el contacto con un entorno culturalmente
organizado, darán lugar a habilidades individuales.
De este modo, a partir de la capacidad de ver
y oír con la que nacemos, devenimos observadores más o menos hábiles, dependiendo de las
posibilidades que hayamos tenido en este sentido.
Siguiendo con esta argumentación y ampliándola con respecto ala distinción entre
“habilidad” y “estrategia”, nos parece oportuna la diferenciación que hace Schmeck (1988)
9
cuando afirma que las habilidades son capacidades que pueden expresarse en conductas en
cualquier momento, porque han sido desarrolladas a través de la práctica (es decir, mediante el
uso de procedimientos) y que, además, pueden utilizarse o ponerse en juego, tanto consciente
como inconscientemente, de forma automática. En cambio, las estrategias, como veremos más
adelante, siempre se utilizan de forma consciente.
Por lo tanto, para conseguir ser hábil en el desempeño de una tarea es preciso contar
previamente con la capacidad potencial necesaria y con el dominio de algunos procedimientos
que permitan al alumno tener éxito de forma habitual en la realización de dicha tarea.
Pero esta
afirmación sugiere, al menos, un nuevo interrogante: ¿Qué es un procedimiento? Si tomamos
como punto de referencia las diferentes definiciones que desde la perspectiva educativa se nos
ofrecen, sólo podemos definir los procedimientos como “maneras de proceder, de actuar para
conseguir un fin”; y de acuerdo con el carácter general y amplio que se les atribuye, se incluyen
en esta categoría el resto de los términos que nos ocupan. Algunas de estas definiciones
recogidas en las citas siguientes son muy reveladoras:
“Un procedimiento (llamado también a menudo regla, técnica, método, destreza o habilidad)
es un conjunto de acciones ordenadas y finalizadas, es decir, dirigidas a la consecución de una
meta” (Coll, 1987; pág. 89).
[...] Se puede hablar de procedimientos más o menos generales en función del número de
acciones o pasos implicados en su realización, de la estabilidad en el orden de estos pasos y del
tipo de meta al que van dirigidos. En los contenidos de procedimientos se indican contenidos
que también caen bajo la denominación de 'destrezas', 'técnicas' o 'estrategias', ya que todos
estos términos aluden a las características señaladas como definitorias en un procedimiento. Sin
embargo, pueden diferenciarse en algunos casos de este apartado contenidos que se refieren a
procedimientos o destrezas más generales que exigen para su aprendizaje otras técnicas más
específicas relacionadas con contenidos concretos. (MEC, 1989b. Diseño Curricular Base;
pág.
43.)
Precisamente este amplio nivel de generalidad de la noción, que garantiza niveles de acuerdo
elevados respecto a qué se entiende por procedimiento, puede convertirse en un obstáculo
cuando se intenta realizar un análisis más minucioso con el objetivo de diferenciar este término
de aquellos que le son cercanos (técnicas, métodos, habilidades o estrategias), esfuerzo que,
como apuntan Zabala y otros (1993), nos parece absolutamente necesario, dado que nos permite
avanzar en el camino de un tratamiento educativo más adecuado del conocimiento relativo a
dichos contenidos, es decir, del conocimiento procedimental.
En nuestro país, los estudios sobre las diferentes posibilidades de clasificación de los
procedimientos están actualmente emergiendo y el acuerdo entre los diferentes puntos de vista
no es una característica aún ni evidente ni frecuente. Una de las propuestas más actuales en este
sentido es la de Valls (1993), quien establece la necesidad de contar con algunos criterios para
clasificar los diferentes tipos de procedimientos. Así, este autor tiene en cuenta el número de
componentes que se requieren para llegar a los objetivos propuestos, el grado de libertad que
queda a la hora de decidir sobre las operaciones que hay que realizar, las características de la
regla que sustenta el procedimiento o el tipo de meta a que van dirigidos.
Desde nuestro punto de vista, los dos últimos criterios son, respectivamente, los más útiles
para diferenciar entre los diversos tipos de procedimientos curriculares. En lo referente a la
meta, podríamos distinguir entre objetivos de aprendizaje, dentro de un área del currículum
concreta (por ejemplo, en el área de lengua: saber encontrar el significado preciso de una
palabra concreta en un contexto determinado), cuya consecución requeriría la utilización de
procedimientos propios de cada área (en nuestro ejemplo, emplear adecuadamente el
diccionario), de otros objetivos que podrían formularse desde áreas distintas (por ejemplo,
observar las principales características de un fenómeno o exponer por escrito las conclusiones
de un estudio) y que supondrían la aplicación de procedimientos no adscritos a ninguna área en
particular (por ejemplo, emplear formularios o pautas de registro y observación o saber
confeccionar un informe o un trabajo por escrito).
Desde esta perspectiva podríamos distinguir entre un conjunto de maneras de actuar u operar
10
sobre datos o fenómenos que se repiten en distintas áreas del diseño curricular de otras formas
de actuación que están estrechamente vinculadas a una única área o disciplina curricular.
Esta distinción resulta especialmente importante porque remite a la necesidad de que el
estudiante domine no sólo los procedimientos propios de cada disciplina, los procedimientos
disciplinares, sino, sobre todo, procedimientos más generales, cuya adquisición y aplicación
resultará beneficiosa en áreas diversas y, por consiguiente, de una enorme rentabilidad
curricular.
Este segundo tipo de procedimientos, como el resumen, las distintas modalidades de
esquemas, el cuadro sinóptico, el subrayado, las técnicas de anotación o el mapa de conceptos,
entre otros, han sido denominados procedimientos interdisciplinares o de aprendizaje, por
cuanto deben enseñarse y aplicarse en diferentes disciplinas o áreas del currículum escolar.
Atender al segundo criterio al que hemos aludido, el tipo de regla que subyace en un
conjunto de operaciones, supone distinguir entre dos grandes tipos de procedimientos: los
procedimientos heurísticos y los algoritmos, una de las distinciones, por otra parte, más
ampliamente compartida por la mayoría de autores, que nos va a permitir establecer
posteriormente relaciones entre las técnicas, los métodos y las estrategias.
Así pues, llamamos a un procedimiento “algorítmico” cuando la sucesión de acciones que
hay que realizar se halla completamente prefijada y su correcta ejecución lleva a una solución
segura del problema o de la tarea (por ejemplo, realizar una raíz cuadrada o coser un botón). En
cambio, cuando estas acciones comportan un cierto grado de variabilidad y su ejecución no
garantiza la consecución de un resultado óptimo (por ejemplo, planificar una entrevista o reducir
el espacio de un problema complejo a la identificación de sus principales elementos más
fácilmente manipulables) hablamos de procedimientos “heurísticos”.
Uno de los ejemplos más utilizados para ilustrar estos dos tipos de procedimientos se refiere
a las decisiones que se toman en una partida de ajedrez. En esta situación, utilizar un algoritmo
exigiría imaginar todos los posibles movimientos que hay realizar antes de mover ninguna pieza
y explorar exhaustivamente las consecuencias de estas posibles jugadas. La dificultad es
evidente, dada la lentitud de este procedimiento, que se convierte en inviable en el desarrollo
usual de una partida de ajedrez. Sin embargo, como señala De Vega (1984), el jugador puede
guiarse por el procedimiento heurístico de “salvar a la reina de peligro”, que reduce
sensiblemente el número de movimientos analizables.
El heurístico pues, guía las acciones que
hay que seguir, pero no asegura la consecución del objetivo.
Las características apuntadas han llevado a algunos autores (Bransford y Stein, 1988;
Pressley y otros, 1990; Valls, 1993; Zabala y otros, 1993) a relacionar las técnicas con los
procedimientos algorítmicos, y. las estrategias, con los procedimientos heurísticos.
Parece poco discutible que las técnicas entendidas como sucesión ordenada de acciones que
se dirigen a un fin concreto, conocido y que conduce a unos resultados precisos, respondan a
una caracterización algorítmica. No podemos ser tan contundentes con otra noción muy
socorrida: los métodos. A pesar de que la mayoría de los diccionarios y fuentes de consulta
generales1
otorgan un significado equivalente a los términos “técnica” y "método”, la literatura
educativa permite precisar algunos matices diferenciales.
Así, se considera que un método no
sólo supone una sucesión de acciones ordenadas, sino que estas acciones se consideran
procedimientos más o menos complejos entre los que también encontramos las ya mencionadas
técnicas. Algunos ejemplos ilustran estas precisiones: Se habla de método de lectura y se
considera que dicho método incluye prescripciones secuenciadas, más o menos precisas, que
hacen referencia a actuaciones, procedimientos y técnicas que profesor y alumnos deben
realizar; lo mismo sucede cuando nos referimos a un método de enseñanza y explicamos con
detalle sus características. También suele remarcarse (Valls, 1993) la característica de que un
método parte de un principio orientador razonado y que, normalmente, se fundamenta en una
concepción ideológica, filosófica, psicológica, pedagógica, etc. (por ejemplo, el método
Montessori).
Estos matices nos permiten considerar que un método puede incluir diferentes técnicas, y
que el empleo de una técnica, aunque ésta pueda ser muy compleja, a menudo está subordinado
1 Nos referimos a las obras de consulta utilizadas en este trabajo: Gran Enciclopedia Catalana (Ed. 1969),
Diccionario de la Lengua Castellana (1968) y el Little Oxford Dictionary (Ed. 1990).
11
a la elección de determinados métodos que aconsejan o no su utilización.
Retornando la distinción entre procedimientos algorítmicos y heurísticos, cabe precisar que
dichos procedimientos no deberían ser considerados de forma aislada, sino constituir
respectivamente, los dos extremos de un continuum en el que se sitúen los diferentes tipos de
procedimientos según su proximidad o lejanía respecto a cada uno de ellos.
Siguiendo con esta
propuesta y de acuerdo con los argumentos que hemos expuesto anteriormente, deberíamos
situar las técnicas más cerca del extremo correspondiente a los algoritmos, y los métodos en una
posición intermedia, más o menos lejana de dichos algoritmos, según el método sea más o
menos prescriptivo en la secuencia de acciones que propone. En muchos casos un método
educativo no suele garantizar unos resultados seguros (recuérdese el ejemplo del método de
lectura), característica que se considera definitoria de un procedimiento heurístico.
Resumiendo lo expuesto hasta el momento, podríamos distinguir cuatro categorías de
procedimientos: disciplinares/interdisciplinares y algorítmicos/heurísticos. Creemos que cada
una de dichas categorías puede constituir el extremo de dos dimensiones complementarias cuya
intersección daría lugar aun conjunto de combinaciones fecundas para la práctica educativa, si
bien no pretendemos que el intento resuelva las posibilidades de organización de los
procedimientos curriculares. Desarrollando esta vía, identificaríamos procedimientos
disciplinares, es decir, específicos de un área de conocimiento, cuya orientación sea más
algorítmica y prescriptiva o más heurística y probabilística; del mismo modo, podríamos
clasificar los procedimientos interdisciplinares según su naturaleza algorítmica o heurística. En
la Figura 1 se ilustran las dos dimensiones sugeridas y el continuum que representan.
¿Y las estrategias? ¿Cómo podemos considerarlas? ¿Dónde debemos situarlas? Vamos a
responder a estos interrogantes, en el apartado siguiente, de forma más detallada.
Las estrategias de aprendizaje como una toma de decisiones en condiciones específicas
Es casi un tópico recordar que el término “estrategia” procede del ámbito militar, en el que
se entendía como “el arte de proyectar y dirigir grandes movimientos militares” (Gran
Enciclopedia Catalana, 1978) y, en este sentido, la actividad del estratega consistía en
proyectar, ordenar y dirigir las operaciones militares de tal manera que se consiguiera la
victoria. También en este entorno militar los pasos o peldaños que forman una estrategia son
llamados “técnicas” o “tácticas”.
Son muchos los autores que han explicado qué es y qué supone la utilización de estrategias a
partir de esta primera distinción entre una técnica -y una estrategia-.
Las técnicas pueden ser
utilizadas de forma más o menos mecánica, sin que sea necesario para su aplicación que exista
un propósito de aprendizaje por parte de quien las utiliza; las estrategias, en cambio, son
12
siempre conscientes e intencionales, dirigidas a un objetivo relacionado con el aprendizaje.
Esto supone que las técnicas puedan considerarse elementos subordinados a la utilización de
estrategias; también los métodos son procedimientos susceptibles de formar parte de una
estrategia. Es decir, la estrategia se considera como una guía de las acciones que hay que
seguir, y que, obviamente, es anterior a la elección de cualquier otro procedimiento para actuar
(Nisbet y Shucksmith, 1986; Schmeck, 1988; Nisbet, 1991).
Aunque hemos intentado aclarar estos términos que a menudo se utilizan como sinónimos,
no siempre es fácil, en una situación de enseñanza-aprendizaje determinada, separar de forma
nítida lo que constituye el aprendizaje de una técnica o un procedimiento de lo que realmente
constituye ya una estrategia de aprendizaje.
Desde nuestro punto de vista, esta diferenciación puede facilitarse si nos centramos en los
objetivos de aprendizaje que se persiguen. En efecto, cuando esperamos, como profesores, que
nuestros alumnos conozcan y utilicen un procedimiento para resolver una tarea concreta
(realizar el plano de la clase), las actividades que podemos plantearles irán encaminadas a
asegurar la correcta aplicación de ese procedimiento, repitiendo los pasos correctos de su
utilización. Pero si pretendemos, además, favorecer el análisis de las ventajas de un
procedimiento sobre otro en función de las características de la actividad concreta que hay que
realizar, o la reflexión sobre cuándo y por qué es útil aquella técnica o aquel método en cuestión
(y para ello enseñamos a los alumnos a planificar su actuación, a controlar el proceso mientras
resuelven la tarea y a valorar la manera en que esta tarea se ha llevado a cabo), el proceso se
complica y entran en juego las llamadas «estrategias de aprendizaje.
Indudablemente, esta forma de aprender, a través de la toma consciente de decisiones facilita
el aprendizaje significativo (Ausubel, 1963), pues promueve que los alumnos establezcan
relaciones significativas entre lo que ya saben (sus propios conocimientos) y la nueva
información (los objetivos y características de la tarea que deben realizar), decidiendo de forma
menos aleatoria cuáles son los procedimientos más adecuados para realizar dicha actividad.
De
este modo, el alumno no sólo aprende cómo utilizar determinados procedimientos, sino cuándo
y por qué puede utilizarlos y en qué medida favorecen el proceso de resolución de la tarea.
De lo dicho hasta el momento, no puede deducirse que sea inútil e innecesario aprender
cómo se aplican los procedimientos de cada área curricular; muy al contrario: este aprendizaje
es imprescindible para poder tomar decisiones sobre cuándo y por qué se deben utilizar unos
procedimientos y no otros. Sin embargo, no basta con este conocimiento sobre cómo utilizar o
aplicar los diferentes procedimientos; desde una perspectiva constructivista en la que nos
situamos (Coll, 1990), no nos interesa sólo transmitir la información sobre cómo hay que
utilizar determinados procedimientos, sino que pretendemos también que el alumno construya
su propio conocimiento sobre el adecuado uso de estos procedimientos.
Esta construcción
personal, que reposa en los conocimientos ya adquiridos, está muy relacionada con la reflexión
activa y consciente respecto a cuándo y por qué es adecuado un procedimiento o una técnica
determinada, o respecto a las exigencias que tanto el contenido como la situación de enseñanza
plantean a la hora de resolver la tarea.
En esta tarea tiene una actuación particular y destacada el
profesor, quien, al explicitar sus objetivos, decidir qué actividades efectuar, clarificar qué, cómo
y con qué finalidad va a evaluar y, sobre todo, al proporcionar a sus alumnos determinados
mecanismos de ayuda pedagógica, favorece o no el aprendizaje de dichas estrategias.
Entramos, así, de lleno en la consideración de una de las características esenciales de la
actuación estratégica que supone la necesidad de comprender esta actuación en el marco de una
situación determinada de enseñanza y aprendizaje. Desde este punto de vista, se considera que
la calidad del aprendizaje no depende tanto de un supuesto coeficiente intelectual, ni del
dominio de un buen conjunto de técnicas y métodos para estudiar con provecho, sino de la
posibilidad de captar las exigencias de las tareas en una situación de aprendizaje determinada y
controlar con los medios adecuados dicha situación. La afirmación de Nisbet y Shucksmith se
orienta claramente en este sentido:
“El factor que distingue un buen aprendizaje de otro malo o inadecuado es la
capacidad de examinar las situaciones, las tareas y los problemas, y responder en
consecuencia, y esta capacidad raras veces es enseñada o alentada en la escuela”.
13
(Nisbet y Shucksmith, 1986; pág. 47)
Recordemos ahora el análisis que hacíamos, en el primer apartado de este capítulo, de una
situación de enseñanza-aprendizaje en la que el profesor pretendía que sus alumnos relacionasen
la forma de realizar diferentes tipos de planos (y después, mapas) con sus distintas finalidades
informativas frente al usuario que podía utilizarlos. Vamos a abandonar momentáneamente la
situación del docente para introducirnos en el proceso mental que han debido poner en marcha
sus alumnos, es decir, en aquello que probablemente han pensado si en efecto querían responder
a las intenciones de su profesor.
Para entender de manera correcta dicha demanda, era necesario que los alumnos conociesen
previamente el significado de los distintos símbolos que aparecen en los planos o en los mapas
(por ejemplo, conceptos como 10 km --------
: Distancia de diez kilómetros en línea recta, hacia
la derecha de la posición.), los nombres de las diferentes poblaciones, los espacios de una casa o
los objetos de un aula (por ejemplo, datos o hechos como: Barcelona, salón-comedor, pizarra).
También necesitaban conocer las relaciones existentes entre la zona representada y el espacio
real (principio de proporcionalidad establecido en la escala del plano o mapa) y tener cierta
experiencia relativa a los distintos usos que puede tener la representación de un espacio
topográfico (para ir aun lugar, para distribuir objetos o personas, etcétera).
Todos estos conocimientos previos, definidos en la literatura especializada como
declarativos (Gagné, 1985) por cuanto pueden comunicarse o declararse a través del lenguaje
verbal, no serían, sin embargo, suficientes en una situación como la que nos ocupa. Los alumnos
necesitaban recuperar un tipo de conocimiento ligado ala acción o ejecución: el conocimiento
procedimental, del que ya hemos hablado, necesario para medir distancias, para dibujar objetos
o para escribir las leyendas en un plano o en un mapa.
La existencia de estos conocimientos es condición necesaria pero no suficiente para que
pueda hablarse de una actuación estratégica, es decir, una actuación en la que se emplean
estrategias de aprendizaje. Únicamente podemos hablar de utilización de estrategias de
aprendizaje cuando el estudiante da muestras de ajustarse continuamente a los cambios y
variaciones que se van produciendo en el transcurso de la actividad, siempre con la finalidad
última de alcanzar el objetivo perseguido del modo más eficaz que sea posible.
Dichos cambios o variaciones pueden tener un carácter netamente interno (ir corrigiendo los
resultados intermedios obtenidos, resistirse a la disminución del interés, redefinir los objetivos
originales, compensar las pérdidas de tiempo, etc.) o referirse a acontecimientos externos al
alumno (limitaciones de recursos o espacio, temperatura extrema, características de los
compañeros del grupo de trabajo, etc.).
En cualquier caso, el alumno introducirá las modificaciones necesarias para proseguir en la
dirección deseada.
La utilización de estrategias requiere, por consiguiente, de algún sistema que controle
continuamente el desarrollo de los acontecimientos y decida, cuando sea preciso, qué
conocimientos declarativos o procedimentales hay que recuperar y cómo se deben coordinar
para resolver cada nueva coyuntura. Este sistema de regulación, pieza angular dentro del
concepto de estrategia, puede caracterizarse por los siguientes aspectos:
• Se basa en la reflexión consciente que realiza el alumno, al explicarse el significado de
los problemas que van apareciendo y al tomar decisiones sobre su posible resolución, en una
especie de diálogo consigo mismo. Así, el alumno que emplea una estrategia es, en todo
momento, consciente de sus propósitos, y cuando se desvía de ellos, es capaz de reorientar o
regular su acción. Esta regulación, por lo menos en las primeras ocasiones en que se ensaya una
estrategia, requiere plantearse por qué elegir esa definición y no esa otra, o las ventajas que se
derivan de emplear ese método y no ese otro.
• Supone un chequeo permanente del proceso de aprendizaje, de tal manera que este
chequeo o control se produce en los distintos momentos de este proceso.
Comienza con una
primera fase de planificación en la que se formula qué se va a hacer en una determinada
situación de aprendizaje y cómo se llevará a cabo dicha actuación durante un período temporal
posterior. Una suerte de “pensamiento en tiempo futuro”, en palabras de Berliner (1990), que
14
deberá guiar la conducta del alumno.
El tiempo y esfuerzo dedicado a la planificación debería
corresponderse con la complejidad de la tarea y con el grado de familiaridad que tenga el
estudiante con la actividad y el contexto en que se desarrollará ésta.
Posteriormente a esta preparación prel1minar, el estudiante que emplea una estrategia, inicia
la realización de la tarea, controlando continuamente el curso de la acción y efectuando cambios
deliberados (por ejemplo, sustitución de un concepto o de un procedimiento por otro) cuando lo
considere imprescindible para garantizar la consecución de los objetivos perseguidos.
Por último, una vez que el estudiante considera que los resultados obtenidos satisfacen la
demanda de la actividad o tarea, o concuerdan con sus propios objetivos, se realiza una última
fase de evaluación de la propia conducta, en la que el estudiante analiza su actuación, con la
finalidad de identificar las decisiones cognitivas que pueden haber sido tomadas de manera
inapropiado ineficaz, para estar en disposición de corregirlas en posteriores ocasiones.
• La aplicación consciente y eficaz de este sistema de regulación origina un tercer tipo de
conocimiento, denominado condicional (Paris y otros, 1983), que resulta del análisis sobre
cómo, cuándo y por qué es adecuada una estrategia determinada, y que permite relacionar
situaciones de aprendizaje concretas con determinadas formas de actuación mental: “En estas
condiciones, lo mejor es pensar o actuar así para lograr ese objetivo”.
En este sentido, podemos afirmar que toda actuación estratégica se efectuaría en función de
un conocimiento condicional que el alumno construye para la ocasión o reactualiza parcialmente
si las circunstancias tienen elementos parecidos a las de otra situación en las que utilizó
eficazmente una estrategia.
A partir de las consideraciones precedentes podemos definir las estrategias de aprendizaje
como procesos de toma de decisiones (conscientes e intencionales) en los cuales el alumno elige
y recupera, de manera coordinada, los conocimientos que necesita para cumplimentar una
determinada demanda u objetivo, dependiendo de las características de la situación educativa
en que se produce la acción.
Es importante darse cuenta de que esto implica considerar las características de cada
situación concreta de enseñanza-aprendizaje y que es el análisis de estas situaciones particulares
el que permite tomar decisiones para actuar de forma estratégica.
Consecuentemente, un estudiante emplea una estrategia de aprendizaje cuando es capaz de
ajustar su comportamiento (lo que piensa y hace) a las exigencias de una actividad o tarea,
encomendada por el profesor y a las circunstancias y vicisitudes en que se produce esa
demanda. La extensión y la forma como una estrategia se adapta, tanto a los propios
conocimientos como a las exigencias de la tarea y al contexto en general, serán tratados en el
capítulo 4. Aquí nos interesa desvelar un interrogante más general: ¿Qué determina esas
exigencias a las que debe adaptarse el estudiante?
Las exigencias a las que el estudiante debe adaptarse y que marcarán el esfuerzo cognitivo
que debe realizar debemos buscarlas en el objetivo educativo que tiene en mente el profesor
cuando pide al estudiante que, a partir de los conocimientos que posee y en el entorno en que se
encuentra (o que el profesor organiza), realice esa u otra actividad.
El hecho de que el objetivo educativo perseguido sea el punto de referencia para decidir la
complejidad y profundidad con que se deben gestionar o manipular mentalmente los distintos
contenidos para convertirlos en conocimiento supone que un mismo procedimiento (por
ejemplo, la anotación) pueda emplearse para la simple repetición de datos (copiar literalmente
los datos), como un medio de relación con otros conocimientos previos (anotar las explicaciones
del profesor con las “propias palabras” o parafraseando dichas explicaciones), como un
instrumento de identificación de la estructura de la información (anotar los datos disponiéndolos
de forma jerárquica) o como un soporte para ser más consciente de lo que se piensa mientras se
anota (ir escribiendo en otra columna el motivo por el cual una información se considera digna
de ser anotada).
Cada una de las actividades alternativas que acabamos de citar supone la utilización de un
procedimiento similar en su expresión formal (anotar datos), pero con una exigencia cognitiva
muy distinta en cada caso. Es decir, el esfuerzo mental que cada una de estas actividades exige
15
es muy diferente. Para definir la orientación que puede recibir un mismo procedimiento en
función de la intencionalidad de cada objetivo, nos parece explicativa la expresión “uso”
estratégico de un procedimiento. (Monereo, 1991; 1993b); así, siguiendo con el ejemplo
anterior, podemos distinguir entre utilizar el procedimiento en cuestión para replicar o copiar
datos, para elaborar de forma personal una información, para identificar su estructura y
emplearla para organizar nuevos datos o con el fin de ejercer un mayor control consciente sobre
el propio pensamiento.
En el siguiente apartado haremos algunas sugerencias sobre la forma de integrar la
enseñanza y el aprendizaje de los diferentes usos estratégicos de procedimientos que acabamos
de analizar, en el seno de las propuestas curriculares relativas al grupo-clase.
0 comentarios:
Publicar un comentario